Dra. Priscilla Carballo Villagra

En las artes como en todas las áreas de construcción de conocimiento, existen hasta el día de hoy brechas de género, que gracias a los aportes teóricos y políticos del feminismo, se han empezado a denunciar desde hace varias décadas y sobre las cuales se debe seguir trabajando.

Una de las principales formas de violencia en las artes ha sido borrar a las mujeres de la historia, por lo que poco se sabe de las mujeres en las músicas académicas o populares, o de las pioneras del cine, o de las dramaturgas, etc. Esto genera una perpetuación de un relato masculino que impide que otras mujeres que llegan a estudiar carreras de artes conozcan a las precursoras que las antecedieron. Conocer estas otras mujeres puede potenciar que las nuevas generaciones se piensen asumiendo nuevos roles.

Pero además, cuando las mujeres logran graduarse de sus carreras, encuentran un mercado laboral estructurado de manera desigual, donde tienen menos espacio en puestos de dirección de orquestas, de grupos de teatro o de danza. Además, sus obras se venden por un precio menor al de los hombres o muchas veces ni siquiera son exibidas. En interesantes libros como “Feminismo y arte Latinoamericano: historias de artistas que emanciparon el cuerpo” (Giunta, 2018) la autora evidencia cómo se ha tomado el museo como espacio de disputa para denunciar la invisibilización. Por ejemplo, la acción del colectivo Nosotras Proponemos en 2018 en el Museo de Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, donde realizaron una acción simple y potente: apagar el museo y dejar iluminadas solo las obras realizadas por mujeres, ante lo cual, al entrar al museo este estaba prácticamente a obscuras.

Pero además de que no conocemos la historia de otras mujeres, y de que estamos en mercados de trabajo desiguales donde las obras sean canciones, cuadros, etc muchas veces no llegan a exponerse, enfrentamos espacios con prácticas de acoso y violencia sobre nuestros cuerpos. Es decir, el mundo del arte no es un espacio seguro para las mujeres y lo hemos visto en las campañas que colectivos de mujeres artistas han desarrollado en áreas como el cine, donde se han denunciado graves hechos de violencia.

Recientemente en el país se ha empezado a denunciar la violencia y la desigualdad de las mujeres en el arte, lo cual es un paso histórico para romper el silencio. Nos espera un largo camino para que las instituciones y las instancias gremiales desarrollen protocolos de acción para prevenir y sancionar la violencia. Pero sin duda el trabajo que vienen desarrollando diferentes organizaciones formales e informales de mujeres nos dan la esperanza de que podamos construir desde la no violencia, para que el arte finalmente sea una herramienta liberadora de todas las opresiones.