M.Sc. Eva Carazo Vargas

Investigamos siempre, todos los días. Me gusta recordarlo en los cursos de investigación, porque con frecuencia la presión de hacer una tesis, el trabajo de un curso o un artículo académico hace que olvidemos la esencia de la investigación, que es averiguar cosas. Todos los días te encontrás algo que resolver, alguien te cuenta una historia que hace que empecés a hacerte preguntas… y de pronto estás preguntándole a google, o buscando a una persona que sepa, o pensando y probando varias opciones para ver qué sucede.

Por supuesto que la investigación que hacemos en la vida cotidiana no es igual que la científica. No es lo mismo elegir a quién comprarle hoy los vegetales que indagar sistemáticamente sobre la cadena de producción, procesamiento y comercio de un producto determinado, y además poner por escrito el procedimiento y los resultados para que otras personas puedan comprobarlos, complementarlos o rebatirlos. Ojo, yo creo que las dos cosas son importantes, y a mí la investigación científica y académica me da más elementos cuando puedo elegir comprarle mi comida a gente campesina que la cultivó sin venenos.

Pero bueno, hoy yo quería hablar de la parte no académica de la investigación académica, esas que no sale en el informe final, pero que a mí me devuelve la vida.

Que tiene que ver con  la gente que me he encontrado. Gente que trabaja con gusto, que disfruta hacer bien lo que hace, sea atender una ventanilla o cultivar comida, criar chiquitas y chiquitos. Chavalas fuertes, cuidadoras de la vida, que me han hecho preguntarme quién las cuida a ellas. Chavalos fuertes, que se echan al hombro el reto de ser también tiernos y cariñosos, de asumirse solidarios más que competitivos.

Trabajar en investigación es un lujo. Lo es hacerlo en una Universidad Pública que exige rigurosidad académica y compromiso social, en un CICDE que no sólo permite si no que apoya esto que yo hago, y que me devuelve la vida.