Licda. María Alexandra Medina Hernández

 Todo investigador o investigadora tiene su historia. No entramos a un área temática de estudio con una mente y un cuerpo en blanco, por el contario, cargamos con una experiencia previa. No solo nos sustentamos en una base teórica, en nuestras carreras base y nuestras actualizaciones curriculares, tenemos, como seres humanos, una serie de antecedentes que no aparecen en una hoja de vida, ni en los artículos científicos publicados. Esa humanidad también está en constante actualización, a lo largo de nuestra vida y de nuestro trabajo profesional.

Sentarse frente a la computadora a pensar, leer y redactar. Revisar los escritos y productos para entregar. Estudiar la producción intelectual de otras personas en artículos, ensayos, periódicos y archivos. Analizar entrevistas. Todo esto podría sonar como un quehacer mecánico. Ciertamente necesitamos estructura y disciplina, pero la investigación social no solo es poner en práctica un conjunto de instrumentos, escribir resultados y entregar productos. Implica creatividad, recursividad, compromiso ético y político, interés por las complejas interconexiones que existen entre las condiciones sociales, políticas, económicas, ecológicas, culturales, donde la historia de cada investigador posibilita una mirada del mundo desde diferentes ángulos, creando un puente que permite una conexión con realidades y mundos, fluir entre el sujeto que se es, y la otredad.

Quien investiga también se encuentra en una trayectoria de autodescubrimiento personal e intelectual en este contexto sociocultural en el que creció y se socializó ¿Cómo saber quiénes somos como investigadores/as sociales si nos quedamos con nuestros primeros conocimientos y cerramos entre muros de miedo nuestra propia mente impidiendo la expansión de la sensibilidad social que también traemos con nosotras/os?

En esa historia que cargamos como seres sociales que somos, algunos estereotipos, sesgos, cegueras parciales ante contextos e historias de grupos sociales nos son desconocidos, por eso, al trabajar con un equipo donde prevalece la diversidad, es posible constantemente aprender a revisarse, cuestionarse, y capacitarse en lo que nos parece tabú, extraño, difícil de entender; o que por el contrario, nos pueden parecer normales y naturales, pues venimos de culturas machistas, adultocéntricas, eurocentristas, homofóbicas, antropocentristas, donde se validan ideas y prácticas violentas, por lo que parte de nuestro trabajo es seguir cuestionándonos y cuestionando las formas en que estas y otras violencias se han reproducido en el mundo y en la vida cotidiana de las personas.

Cada persona en la academia toma caminos de indagación distintos y avanza en su proceso, aprendiendo tanto de sus aciertos como desaciertos, haciendo conexiones, deducciones, hipótesis, develando historias ocultas por las narrativas hegemónicas para traer al papel respuestas nuevas y propuestas a las personas, comunidades y organizaciones con las que trabaja. Pero ese camino de indagación sin incomodarse por los hallazgos de injusticias y violencias que encuentran otros y otras académicas en su proceso, evita el crecimiento en común y segrega las áreas de trabajo como si fueran mundos distintos, cuando en realidad no siempre es así. Como seres humanos tenemos valores, creencias, prácticas, emociones, por ello, es necesario incomodarse para hacernos cargo de nuestro desarrollo personal, porque un gesto, un chiste o un comentario pueden romper esos vínculos con las poblaciones que confían en nuestro trabajo.

Como profesionales, somos más que productores/as de artículos y de textos académicos, pero estos medios son nuestra carta de presentación al mundo, así como de las poblaciones con las que trabajamos, por ello, deben crearse como puentes de diálogo que sensibilicen sobre las realidades de estas poblaciones y aporten a traer abajo murallas que se interponen en la creación de una de mejor versión de sociedad y planeta para todos los seres que le habitamos.