M.Sc. Tanya García Fonseca

Algo que he aprendido en estos 15 años caminando junto al CICDE, es a disfrutar mi trabajo como una parte muy importante de mi vida. Pero también he aprendido que no lo es todo. Porque hay una verdad que, a veces, duele más que cualquier diagnóstico: la vida no se detiene. No espera a que estemos listos, no pausa cuando el cuerpo pide tregua, no considera si estamos teniendo un buen día. Simplemente sucede. Nos atraviesa. A veces acaricia. Otras veces arrasa. Pero sigue. Como dijo Ginko en Mushishi, “La vida es como una corriente. Podemos intentar resistir, pero tarde o temprano, nos arrastrará.”

Y es cierto. Todos tenemos nuestras propias historias, esas que no se cuentan fácilmente, esas que se guardan en el cuerpo y en los silencios. Para algunas personas, la vida se ha convertido en una larga serie de malas noticias: enfermedades que se agravan, tratamientos que ya no funcionan, efectos secundarios que se acumulan como una segunda dolencia. Para otras, el peso viene desde lo social, lo laboral, lo emocional. Gente que desquita su dolor con otros. Personas que se convierten en agresores. Puertas que se cierran con excusas, con miedo, con indiferencia.

Y una parte de ti empieza a preguntarse: ¿cómo se sobrevive a todo esto sin volverse de piedra? ¿Cómo se sigue adelante cuando parece que seguir solo acumula más daño?

Ahí es donde comienza el verdadero desafío. Porque no se trata de negar lo que duele. No se trata de repetir frases vacías como “todo pasa” o “sé fuerte”. Nadie puede vivir verdaderamente ignorando su dolor. Como dice Rei Ayanami en Evangelion: “A veces, hay cosas que solo se entienden cuando duelen.”

Tampoco se trata de vivir en la queja o la inmovilidad. A veces, la línea entre el descanso y la resignación es muy delgada. Pero hay algo que tarde o temprano comprendemos: no se puede cargar con todo al mismo tiempo. No todo tiene la misma urgencia. No todo debe doler con la misma intensidad. Aprender a priorizar no es egoísmo. Es un acto de supervivencia.

La soledad aparece en los márgenes de este proceso. No como castigo, sino como compañía inesperada. Porque hay momentos en que, por más que estemos rodeados, la única persona que realmente entiende por lo que hemos pasado somos nosotros mismos. Y no, no es necesario contarlo todo para validarlo. Pero tampoco debemos callar tanto que el cuerpo acabe gritando lo que el alma ha querido esconder.

Como Itachi Uchiha le dijo a Sasuke: “Las personas viven aferradas a lo que creen que es la verdad. Esa es su realidad. Pero eso no es todo. El conocimiento y la comprensión son cosas ambiguas. Y a veces, nuestra realidad es solo una parte de la historia.”

Y, aun con todo, hay algo que sigue siendo nuestro: la forma en que decidimos enfrentar lo que ocurre. No podemos evitar que pasen cosas malas, pero sí podemos elegir qué hacer con ellas.

¿Llorar con esperanza en el pecho? ¿Reírse de la mala suerte hasta que duela la panza? ¿Guardar silencio un rato y luego volver a empezar? Cada uno encuentra su propia estrategia. En mi caso, la risa ha sido mi escudo, mi antídoto, mi leña. Otros tendrán su música, su fe, su arte, su rutina o su grito. No hay forma correcta, pero sí hay una elección: quedarnos quietos y resignados, o usar incluso el dolor como abono para el renacimiento, como ese Fénix que emerge cuando ya parecía que no quedaba más que cenizas.

Es importante recordar también que no todo es pérdida ni oscuridad. Aunque haya momentos en que la vida parece ensañarse, también nos regala pequeñas treguas: un gesto inesperado, una buena noticia, una conversación que alivia. Como en aquel cuento del anillo del rey, también esto —esto que estás viviendo ahora— pasará. Ni la tristeza dura para siempre, ni la alegría es constante, pero todo lo que sentimos tiene su momento y su final. Y mientras tanto, seguimos. Con lo que somos. Con lo que duele. Con lo que nos sostiene.

No siempre vivir significa encontrar respuestas. Solo implica seguir. Levantarse. Tomar un respiro. Decidir qué no cargar hoy. Saber que, aunque el dolor no se va, tampoco somos solo eso. Que caminar con la vida, aunque duela, es también un acto de rebeldía. Y que incluso en medio del cansancio, del silencio y de los días grises, seguimos siendo personas con valor, con historia y con derecho a tomar nuestro propio ritmo.

Porque al final, como dijo Lain en Serial Experiments Lain: “Nadie está solo. Nunca lo ha estado.”

Incluso si el único que se queda al final del día eres tú mismo.