Lic. Andrey Pineda Sancho
Durante los últimos años, el estilo político de carácter populista ha ganado terreno en Costa Rica. Pese a tener un largo recorrido subterráneo y solapado (en ocasiones más abierto) en la mayor parte de la historia política del país, lo cierto es que este estilo se ha hecho especialmente distinguible en el transcurso de los últimos 10 años. Algunos de sus rasgos, al menos en el plano discursivo, salieron a relucir en la campaña política 2014, cuando las críticas a la hegemonía política y gubernamental del Partido Liberación Nacional se tornaron más vehementes, y otros tantos se hicieron presentes, esta vez con mayor claridad e intensidad, en las campañas políticas 2018 y 2022. En el primero de los casos, a través de candidaturas como las de Juan Diego Castro, quien se destacó por su discurso anti-sistémico y anti-elitista de corte punitivito, y Fabricio Alvarado, quien accedió a la segunda ronda electoral gracias a un discurso religioso-conservador exaltado y polarizante; mientras que en el segundo de ellos, por intermedio del candidato Rodrigo Chaves Robles, exministro de Hacienda y exfuncionario del Banco Mundial que se vendió a sí mismo como un “outsider” de la política con raigambre popular y como un tecnócrata con capacidad resolutiva, y que, gracias en parte a esa imagen, resultó electo presidente de la república para el período 2022-2026.
Con su avance en el país, el estilo y la retórica populista no solamente ha posicionado y afianzado una crítica al sistema político en términos generales, sino que de forma particular también ha instalado una disputa abierta en torno a la definición de la democracia y del ideal democrático. Sus propulsores han criticado los que a su juicio son vicios de la democracia realmente existente en el país y, al mismo tiempo, han propuesto los supuestos remedios para dichos males. Así, ante un régimen que perciben como copado por unas élites políticas corruptas y desprendidas de los intereses de la ciudadanía, proponen una exaltación del “pueblo” confundido con la figura de un líder fuerte con capacidad de identificar y satisfacer las verdaderas necesidades de las personas comunes, y ante un modelo de representación que juzgan demasiado indirecto postulan, como contraparte, formas mucho más directas e inmediatas para el ejercicio de la soberanía popular. Con este discurso, a todas luces polarizante, los representes del populismo criollo mezclan críticas justas a la democracia liberal imperante en Costa Rica, con un programa abocado a minar, en el mediano y el largo plazo, las bases mismas de toda democracia posible, pues con la excusa de devolverle la soberanía al pueblo suelen propiciar, en cambio, la concentración de poder en la figura del líder (esto es muy evidente en el caso de Rodrigo Chaves), lo cual resulta caldo de cultivo para el autoritarismo y la arbitrariedad, y con el pretexto de una democracia más directa propician el socavamiento de la división de poderes, y, con ello, la potencial vulneración de los derechos ciudadanos, de las instituciones democráticas, y la desaparición de los contrapesos al poder Ejecutivo, lo cual, como se sabe, es la antesala de la tiranía. Señalar el peligro que representa el populismo para la democracia costarricense no implica, ni mucho menos, hacer abstracción de las debilidades y contradicciones que históricamente ha acusado la democracia realmente existente en el país, ni debe, bajo ninguna circunstancia, conducirnos a ello. La democracia es, por definición, un proyecto político y de convivencia inagotable, y su concreción es siempre provisional, imperfecta y multiforme; esta es el resultado de disputas, negociones y acuerdos (o incluso imposiciones) de la más diversa índole; y la democracia costarricense, en particular, no escapa de dicho supuesto. En su devenir, es posible identificar, como diría Pierre Rosanvallon, una serie de “promesas incumplidas e ideales maltrechos” que, con cierta periodicidad, casi de manera crónica, han dado justos motivos para despertar insatisfacción y descontento entre la ciudadanía. Especialmente durante los últimos 40 años, la nuestra ha sido una democracia cada vez más reducida a su vertiente procedimental, en la cual no solamente prima un modelo de representación de carácter cuasi oligárquico, sino también en la que sobresalen problemas como la corrupción; la falta eficacia, por parte de los actores políticos, a la hora de reconocer y atender las necesidades de la población (una población ampliamente excluida y marginalizada, cabe agregar); y la ausencia de estímulos que incentiven la implicación de la ciudadanía en la resolución de los retos comunes.
Ante un escenario tal, resulta imperioso explorar y encontrar alternativas que permitan profundizar las formas democráticas en lugar de socavarlas. La crítica a los defectos de las democracias liberales o minimalistas no debe llevarnos a la caer en las trampas que amenazan con traerse abajo los cimientos de toda democracia posible, tal como, en el límite, lo hacen los populismos. En cambio, debemos apostarle a construir una democracia más inclusiva y participativa, en la cual se multipliquen las instituciones, los discursos y las prácticas favorables a la constitución de un ethos democrático compartido, en la que principios éticos como la confianza, la integridad y la franqueza animen el accionar político e institucional, y en la cual se ofrezcan soluciones prácticas y realistas a las necesidades de la ciudadanía.
M.Sc.Patricia Oliva Barboza
No es casualidad que dentro de un sistema dicotómico cuerpo-mente, sea la cuerpa la que se coloque siempre en un segundo plano, por otra parte, siguiendo la construcción histórica sexo-genérica aprendimos a encasillar erróneamente lo corporal con lo femenino, lo instintivo y lo emocional en una misma línea de invisibilidad.
El cuerpo sigue desvalorizado frente al raciocinio, pero existe un lenguaje corporal y un archivo ( no únicamente visto como archivo médico) sino como archivo propio cargado de sensaciones que pueden transformarse en análisis interesantes, son muchos los saberes que se esconden en él.
El cuerpo no es sólo un cúmulo de órganos, posee formas únicas de recuperar experiencias que se pueden leer y transformar en información que sólo se siente, se genera y permanece en el cuerpo. Cada parte del cuerpo puede ser un relato.
Una vez más me remito a los estudios y luchas feministas que históricamente han ubicado en la cuerpa ese lugar para reclamar y enfrentar las manifestaciones de la violencia vivida. Eso me hace cuestionar: ¿Si ha sido en la cuerpa donde se registran esas manifestaciones, también en la cuerpa se pueden rebuscar las respuestas?. Mirarnos hacia adentro sería un primer paso.
Al indagar más en profundidad sobre las corporalidades descubro que no es sólo una frase o una consigna feminista, el cuerpo es el lugar donde tenemos y podemos empezar a leer, a estudiar y a buscar formas de luchar contra la expropiación.
Hay preguntas y afirmaciones que nacen del cuerpo. No podemos seguir permitiendo que los sistemas de poder quieran silenciar sus sentidos, ni que la cuerpa desaparezca como posibilidad de diálogo y comunicación.
Hay distintas formas de observar, la que hemos aprendido como observación no es la única. Existe la que surge y se centraliza en la vista, llamada oculocentrista pero existe la mirada corporalizada, Rivera Cusicanqui, citada por Verónica Gago, nos sugiere desconfiar de las formas tradicionales de observar:
La teórica Valls Llobet1 referente en estudios sobre cuerpo y corporalidades afirma que no será posible pensar en un avance feminista que no implique una experiencia corporal, una experiencia “del cuerpo visto y vivido”.
Desde la práctica colectiva con y desde nuestras corporalidades y desde las otras, podemos ir reconstruyendo una teoría política corporal, que puede ser el inicio de un cuestionamiento frente a las formas tradicionales de producir teoría.
Es indispensable in-corporarse, resistir e insistir en bailar, leer, escribir y pensar desde la cuerpa.
1 Gago, Verónica. Principio Silvia Rivera Cusicanqui: fragilizar el pensamiento para hacerlo rebelde. Gago, “Principio Silvia Rivera…” Revista de Estudios y Políticas de Género. Número 6 / abril 2022 / pp. 19-36
2 Valls Llobet, Carmen. Mujeres Invisibles. Instituto de la Mujer. Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Barcelona. 2008
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